Oficina de Economía social MadridEl pasado miércoles 13 de febrero estuve en la Jornada de Economía Social y tecnología, un encuentro entre empresas y organizaciones sociales para reflexionar de forma crítica acerca de la importancia e impactos de la tecnología en los proyectos sociales. Organizada por la Oficina de Economía Social, la jornada se abrió con las intervenciones de Margarita Padilla, en torno a la soberanía tecnológica y de Luis Tamallo acerca del concepto de procomún como vector necesario para llevar la economía de plataformas hacia una economía que podamos llamar colaborativa de verdad.

En este artículo comparto algunas de mis notas de las dos intervenciones. No tengo ni que decir que ambas fueron muy estimulantes, porque las dos son personalidades conocidas en el ámbito de la tecnología y la economía social  y disfruté extraordinariamente escuchándoles.

Soberanía tecnológica

Aunque todas comprendemos más o menos el término soberanía en relación a la posibilidad de decidir sobre nuestros asuntos, es interesante situar el concepto en dos ámbitos concretos: el político y el del conocimiento.

dos chicas escuchan música compartiendo auricularesDesde el punto de vista político «soberanía» apunta a la capacidad de ordenamiento o de regulación de un Estado sin que exista un poder cohercitivo superior. De alguna manera la soberanía es la potestad para establecer los límites de lo deseable y  lo «aceptable» en un marco de convivencia, en una cierta comunidad. Pero, como apunta M. Padilla, cuando nos referimos a «Soberanía Tecnológica» también hablamos igualmente de relaciones de poder; es decir, de la toma de decisiones en cuanto al acceso, tecnológicamente mediado, a formas de hacer y comunicar.

Hablaríamos de cómo vamos a relacionarnos, consumir, acceder a servicios básicos, etc…  ser en definitiva un miembro activo de la sociedad. Las decisiones sobre quién, cómo y bajo qué condiciones accede a esas tecnologías son cuestiones políticas de primer orden.

Tres claves para comprender la Soberanía Tecnológica desde este punto de vista:

- La soberanía tecnológica no es una cuestión que se pueda resolver individualmente (aunque la acción individual tiene una incidencia)

– Para acceder a la  soberanía tecnológica podemos apoyarnos en la «cadena de saberes acoplados en la comunidad» (podemos confíar en comunidades como la del software libre p.e.)

– Las comunidades son en parte construcciones simbólicas a las que nos sentimos vinculadas y estas relaciones se construyen proactivamente.

Por otra parte, la tecnología no deja de ser un ámbito de conocimiento que nos permite gestionar partes de nuestra vida. Hablando en general, cuando una determinada comunidad comparte un conocimiento específico, éste no solo forma parte de su cultura (le da carácter e identidad comunitaria) sino que a la vez le confiere un cierto poder, una capacidad de agencia. Y si por alguna razón ese conocimiento es extraido de la comunidad hacia otro ámbito de decisión, ésta sufre un deterioro en los dos aspectos. M. Padilla utiliza para explicarlo un ejemplo hermoso: los saberes en torno al parto, que originalmente fueron del dominio de las mujeres, lo que les confería un papel y sentimiento de comunidad, y que en determinado momento le fueron arrebatados (saberes y estatus) al ser medicalizados.

Unas manos de mujer sostienen un libroEn toda transferencia tecnológica (y de saberes) se juega una pérdida de soberanía. Si pensamos que con cada transformación tecnológica que asumimos se producirá un cambio en nuestra forma de entender lo que hacemos (cambiará nuestra cultura), la cuestion de cómo se toman las decisiones acerca de las nuevas tecnologías determina hacia dónde vamos como comunidad e incluso si continuaremos reconociéndonos como tal.

Un ejemplo de esta conexión entre transferencia y pérdida de soberanía se nos muestra cuando optamos por productos tecnológicos «opacos» o creadores de «externalidades» en lugar de otros más transparentes o responsables, con el único argumento de «la comodidad». En este ámbito, la oferta de las grandes compañías siempre es mejor, pues disponen de fuentes de recursos  para refinar sus productos infinitamente mayores. Sin embargo, no siempre lo más cómodo es la mejor opción. O al menos no de forma definitiva. Las tensiones afloran cuando consideramos el crecimiento y volumen que han tomado servicios como Facebook o el mismo Google, o plataformas como Uber y el impacto que tienen en nuestras formas de relación, en los derechos de las trabajadoras o en la privacidad de sus usuarias.

En el ámbito de las mal llamadas plataformas de colaboración se está produciendo una cooptación de la cooperación (uno de los rasgos humanos más básicos) hacia las lógicas del mercado que en absoluto deberíamos tomar como algo natural, dice M.P. Es necesario poner en cuestión la «comodidad» como criterio de elección desde el punto de vista de la soberanía ¿Es realmente una buena decisión basar nuestras formas de relación en tecnologías sobre las que no tenemos poder de decisión?

Economía colaborativa del procomún

La pregunta anterior es importante precisamente para reflexionar sobre lo que Luis Tamallo nos presentó como Economía Colaborativa del Procomún, y que yo me atrevería a llamar una «verdadera» economía colaborativa.

Para él la cuestión de la gobernanza de las empresas es igual de importante que el modelo económico para poder hablar de colaboración: cuestiones como de dónde viene el dinero con que te financias o  si las decisiones se toman de forma democrática en la empresa; si se respetan los derechos los/as trabajadoras y la equidad entre hombres y mujeres; de quién es la propiedad y cómo se distribuye el valor creado; si éste revierte a la sociedad; qué impactos mediambientales produce la actividad y si la empresa se responsabiliza de ellos, etc.

Todos estos indicadores, recogidos en el siguiente gráfico de Mayo Fuster y Ricard Espelt, aseguran una visión más adecuada al concepto de colaboración según sus autores.

Estrella de la economía colaborativa del procomún

 

 

L. Tamallo nos habló de proyectos de este perfil en el ámbito de Barcelona, como Som mobilitat (vehículos eléctricos compartidos),  fairBNB, Katuma (grupos de consumo que se organizan con elapoyo de la tecnología), TimeOverflow (banco de tiempo), Electronic Reuse (organización cuyo objetivo es alargar la vida útil de los objetos tecnológicos); y de Madrid como La colmena que dice sí (consumo eco/km 0) o La pájara (cooperativa de ciclo-mensajería)**. Todos ellos son proyectos sociales que han podido plantear un salto de escala gracias a la tecnología y aumentar así su capacidad para generar impactos sociales positivos.

Para L.T.  dos son los grandes retos de estos proyectos: uno es la financiación, que en cierta medida se está trabajando mediante campañas de micro-mecenazgo, y la sostenibilidad en el tiempo. En ambos ámbitos el apoyo institucional a estos proyectos resulta clave pues, conectando con una reflexión que hacíamos antes, si bien el valor medioambiental y social que aportan es clave para consumidores/as «éticas», la cuestión de la competitividad en términos de servicios es también crucial. Para ello incorporar talento de diseñadores/as, desarrolladores/as y gente de marketing es clave. Para esto se necesitan recursos y el papel de las administraciones en su apoyo de la iniciativa social es o debería ser un elemento estratégico de gobernanza social.

** Nos comentan por Twitter las compas de La pájara en bici que no olvidemos mencionar a la coope hermana Mensakas, en Barcelona y a la plataforma logística francesa de software libre para cooperativas Coopcycle. ¡Hecho!